viernes, 10 de abril de 2015






Tipologías XXV: Cuestiones de flujos

Dr. Norbert-Bertrand Barbe

            Hemos trabajado, en esta misma serie de textos, con anterioridad, y con el mismo procedimiento, los casos del medioambiente y de las soluciones inmediatas a los problemas urbanos de nuestro país y su capital Managua.
            Más que intentar aquí desarrollar un pensamiento acerca del flujo, haremos que los ejemplos hablen por sí solos, y que las respuestas a los malos comportamientos, que producen los problemas de flujos en la sociedad y la vida diaria se presentan en toda la pulcritud de su evidencia. Procedamos:
  1. Nos llama la atención que, si podemos asumir que los buses escolares amarillos, utilizados en nuestras regiones para transporte colectivo, son lo suficiente anchos para que haya pasajeros de pies en su pasillo central, no es así en cuanto se trata de los microbuses (grandes o pequeños) interlocales, los cuales escasamente permiten la entrada y salida de las personas, pero al imponer la introducción de pasajeros de pie (apretujados, y, en los buses más pequeños, con la espalda quebrada) entre las filas de asientos, no sólo se pone en peligro la seguridad de los demás pasajeros (y de los de pie también) a la hora de un accidente, que son desgraciadamente comunes por la falta de cuidado y conocimiento del manejo del chofer nacional, pero también, en tiempo normal, la buena entrada y salida de los pasajeros sentados. Pero los ejemplos de desconocimiento de la más mínimo idea de flujo no se terminan aquí; 
  2. Tratándose de "Los estudiantes y el espacio" (ver texto correspondiente), hemos recordado que las filas en las terminales de buses son cortadas por jóvenes y menos jóvenes rebuscando conocidos para evitar levantarse más temprano, pero también hacer la fila alargada que su sueño prolongado le obligaría a hacer, al llegar más tarde a su lugar de partida;
  3. De lo mismo expusimos cómo en los pasillos de nuestra Facultad, de Arquitectura, vale la pena recordarlo de nuevo, las escaleras son lugares de descanso permanente de estudiantes (futuros arquitectos, par le fait), que impiden así el paso;
  4. Accesoriamente, pero en el mismo sentido, los buses interlocales expresos, más pequeños y más caros, suelen ser, contradictoriamente, más lentos que los grandes, ordinarios (caso de Masaya-Managua: una hora en bus ordinario, hora y media en expreso);
  5. Los taxistas suelen llenar los asientos traseros de sus carros con tres en vez de dos pasajeros, lo curioso siendo la aceptación silenciosa de los usuarios de este medio de transporte selectivo, por oposición al, de antemano se sabe menos cómodo colectivo;
  6. Lo que nos reintroduce a la interpretación del uso (y por ende la comprensión del espacio) en la modificación de los asientos y la introducción de suplementarios en los buses, que revela una comprensión más que funcional mercantil, utilitarista (paradoxal ideológicamente si nos remitimos al hecho de que los buseros son a menudo de cooperativas sandinistas) del hacinamiento humano, reduciendo los clientes a animales transportados, cuerpos que deben juntarse lo más posible para evitar todo espacio vacío desaprochevado, lo que, idénticamente que en el caso precedente, asumen sin rechinar los usuarios, en particular los que se suben aún viendo que el bus no da para más, en esta curiosa necesidad de ser maltratado, molestando a la vez a los demás, siendo simultáneamente víctima y victimario;
  7. Este mismo concepto espacial, reducido al espacio del cuerpo, sin espacio vital o de libertad de movimiento entre cada uno, es promovido por la feliz coincidencia entre  el tamaño de los buses asiáticos, en particular de los microbuses, y la altura promedia del nicaragüense tradicional (los jóvenes pudiendo ser más altos, cabe mencionar este detalle que podría cambiar la relación entre los usuarios y su relación al espacio colectivo en los próximos años), lo que les permite tenerse de pie sin agacharse; a consecuencia de que (asumimos que haya una relación de extensión causal entre los dos hechos, sino cronológica, al menos lógica) la medición utilizada por los buseros para definir el espacio mínimo necesario para las piernas de los pasajeros sentados (es decir, entre cada fila de asientos) es la misma, que corresponde a la de su propios cuerpos, sentados con las rodillas encogidas pegando contra el asiento de adelante;
  8. Saliéndonos de los transportes y de los estudiantes, en la ciudad, en general, la ausencia de aceras impiden el paso peatonal;
  9. Las mismas urbanizaciones, queremos decir para clase media y para clase acomodada, tienen aceras intermitentes, según que el dueño, entendemos, la de a construir delante de su parcela o no, pero las constructoras se ahorran decididamente el precio y el espacio de cualquier trozo de acera;
  10. En las insipidas aceras existentes (destruidas, quebradas, cortadas por hoyos de alcantarillas, interceptadas por troncos de árboles crecidos, postes y cualquier otra cosa), se instalan, con el beneplácito de las alcaldías, caramancheles que toman todo lo ancho de las pocas aceras existentes, y a menudo de las sólo ideadas, para vender comida, o cualquier producto, al igual que lo hacen los vendedores ambulantes, en particular de coco, en los semáforos, apropiándose como bodega y espacio de trabajo para sus frutas los espacios pseudo-verdes, de división de calles o de ubicación de postes públicos;
  11. Hemos notado en otros trabajos, pero vale la pena recordarlo que, asimismo, o similarmente, ningún espacio público, como en particular los centros comerciales, que crecen en cada esquina, se preocupan, en un país donde la gran mayoría de la población anda a pie, de la entrada peatonal; no toman en cuanto sino las variadas entradas vehiculares;
  12. Acesoriamente, también notamos en otro trabajo al que dedicamos el tema, que las manifestaciones públicas o pseudo-públicas, de partidos políticos, de funerales, de fiestas patronales, se toman las calles sin ton ni son, si limitación ni medidas restrictivas algunas de parte de las autoridades, al igual que, por falta de revisión policial, los borrachos (caso muy concreto de las salidas de las ventas de las gasolineras o de las calles centrales de la ciudad de Masaya y de los parques centrales o estaciones de bombero de noche en la de Jinotepe) también se aplican a instalarse en cualquier esquina, como los perros callejeros que en pandillas le pueden fácilmente impedir el paso al transeúnte, lo que, de hecho, hacen los borrachos (y también los niños y adultos mendigando, o, caso de nuevo de Masaya, o de San Rafael del Norte, de los locos residentes en las calles pero no hay manicomio en el país para acogerlos, y que se ven entonces reducidos al estado, igualmente, de mendigar) al interceptar a cualquiera, sea para pedir dinero o para pelear, según su humor;
  13. Los alrededores de los parques centrales se ven carcomidos por mercados que se extienden, y caramancheles de artesanía (casos de Jinotepe o Granada);
  14. Los mercados (Managua, Jinotepe, Granada, Masaya, etc.) se extienden, con sólo unos palos para sostener bolsas de plástico negro, fuera de sus espacios atribuidos sin que nadie diga nada, y con tal hacinamiento que cuando ocurren incendios los bomberos no tienen ningún acceso (caso repetitivo del mercado Oriental en Managua);
  15. Los cascos urbanos tradicionales (Managua, Jinotepe, Masaya), organizados, se ven amplificados por urbanizaciones (llamados "villas") que son calles que parten al infinito para extender horizontalmente la creación de casas unifamiliares; lo que provoca los tremendos casos de conurbación (Managua-Masaya en particular);
  16. El tamaño de las casas nuevas (tanto para el pobre como para la clase media y media alta), que va de 30 a 60 metros cuadrados, tamaños que en otros países son sólo para una o dos personas, son bloques compactos sin separación con las otras propiedades de la urbanición, salvo un pequeño espacio verde adelante de la construcción;
  17. En nuestra Facultad, la sala de profesores no consta de cubículos cerrados, sino de módulos en los que el docente mira hacia la pared, permitiendo la organización a los estudiantes circular entre los módulos pegados a las paredes y los de un rectángulo central, y obligando asimismo a los docentes a recibir las visitas básicamente de espaldas, cada quien pudiendo ser vigilado (lo que no es el caso, pero el formato no deja de ser benthamiano), lo que escribe en la computadora en particular, pero no pudiendo comódamente interactuar, todo el espacio, como en los call-centers, siendo de falsa funcionalidad, promoviendo el atoramiento visual (para el espectador), corporal (para el docente), y de flujo (para el visitante, que ni puede sentarse si obstaculizar el paso); va de sobra decir que esta organización de colectivismo laboral y bulla generalizada no favorece la intimidad necesaria a la producción escrita.

            Esta enumeración muestra cómo, en todos los ámbitos, sociales, de transporte, ideológicos (caso de la escalera como lugar de encuentro), arquitectónicos de los espacios (programático entonces de la organización laboral, caso de nuestra sala de profesores), y urbanos, el flujo es menospreciado, arrebatado al ciudadano.
            Nos parece que dos razones presiden a aquella construcción mental:
  1. La transición de la guerra de los años 1980, y de los procesos de racionamiento no sólo de comida y productos básicos, sino de lujo, a nivel tanto práctico (no hay para tener carro, hay que ingeniárselas para moverse) como ideológico (la comodidad es de rico, el ser rico es ser egoísta, es un lujo, todo lujo es sospechoso);
  2. La historia morfológica de la casa colonial, que se construía desde la fachada hacia atrás (las partes del fondo de último), por ende alrededor de un patio central, lo que predetermina, obligatoriamente, una concepción de circulación periférica, a la orilla de lo construido.

            Claro, las pérdidas de libertades de movimiento provienen de la surpoblación mundial, hasta en los lugares de ensueño y diversión, como podemos ver al considerar los hoteles de vacaciones a la orilla del mar, en el Caribe o en los lugares de Asia y Polinesia, pero también en primera instancia en los originales de inicios del siglo (Cannes, Nice) y de finales del siglo XX (España, Italia), donde se acumulan mesas y transatlánticos en cada rincón para favorecer mayor número de clientes a la vez.
            De lo mismo, la acentuación de los espacios corporales nos hacen volvernos como el ganado, en los buses nicaragüenses como en la sociedad y la ciudad en general (lo que ya presintió Jane Austen en Northanger Abbay, 1817), como revela el asedio de lo patrimonial por lo recientemente construido (en París, alrededor también de la catedral de Saint-Denis rodeada por edificios de inicios del siglo XX, o en Roma).

            No deja de ser que en nuestro país, el caso se vuelve paradigmático y sistemático, donde, lo que es un craso error, no tomamos en consideración el ejemplo de los hoteles internacionales de la capital (no de sus pisos, donde se reproducen la estrechez de pasillos y de cuartos donde sólo es posible pasar como cangrejo, para favorecer la funcionalidad financiera, más no corporal ni de disfrute sensorial, de la desmultiplicación de cuartos), en sus entradas de anchura extrema, hasta lo inutil, para permitir un flujo abierto, y una impresión de lujo, que justifica el precio de la noche.
            Así que, por muy vilipendiado que hayan sido por esta razón de lujo, recordaremos, en el mismo sentido de repensamiento del espacio desde la anchura, desde la existencia de rincones (que implican espacios abiertos, como lo vemos muy bien en el sexto capítulo, precisamente dedicado a "Los rincones", de La poética del espacio de 1957 de Gaston Bachelard, así como en el octavo "La inmensidad interna" y el noveno "La dialéctica de lo dentro y de lo fuera"), los clubs de caballeros (que no son los clubs sociales, como en Boaco, simple galerón de sala de baile, similar sin duda al atoramiento evocado por Austen en la novela citada). Clubs de caballeros decimonónicos que todavía existen en los Estados Unidos, y aparecen en ciertas películas (como Trading Places de 1983 de John Landis), y funcionan sobre el principio que decimos de espacios amplios, que permiten el flujo a la vez que la permanencia (como, precisamente, en las entradas de los hoteles internacionales, cuyo ejemplo literario es sin duda Death on the Nile de 1937 de Agatha Christie).