Tipologías XXV: Cuestiones de flujos
Dr. Norbert-Bertrand
Barbe
Hemos
trabajado, en esta misma serie de textos, con anterioridad, y con el mismo
procedimiento, los casos del medioambiente y de las soluciones inmediatas a los
problemas urbanos de nuestro país y su capital Managua.
Más
que intentar aquí desarrollar un pensamiento acerca del flujo, haremos que los
ejemplos hablen por sí solos, y que las respuestas a los malos comportamientos,
que producen los problemas de flujos en la sociedad y la vida diaria se
presentan en toda la pulcritud de su evidencia. Procedamos:
- Nos llama la atención que, si podemos
asumir que los buses escolares amarillos, utilizados en nuestras regiones
para transporte colectivo, son lo suficiente anchos para que haya
pasajeros de pies en su pasillo central, no es así en cuanto se trata de
los microbuses (grandes o pequeños) interlocales, los cuales escasamente
permiten la entrada y salida de las personas, pero al imponer la
introducción de pasajeros de pie (apretujados, y, en los buses más
pequeños, con la espalda quebrada) entre las filas de asientos, no sólo se
pone en peligro la seguridad de los demás pasajeros (y de los de pie
también) a la hora de un accidente, que son desgraciadamente comunes por
la falta de cuidado y conocimiento del manejo del chofer nacional, pero
también, en tiempo normal, la buena entrada y salida de los pasajeros
sentados. Pero los ejemplos de desconocimiento de la más mínimo idea de
flujo no se terminan aquí;
- Tratándose de "Los estudiantes y el espacio" (ver texto
correspondiente), hemos recordado que las filas en las terminales de buses
son cortadas por jóvenes y menos jóvenes rebuscando conocidos para evitar
levantarse más temprano, pero también hacer la fila alargada que su sueño
prolongado le obligaría a hacer, al llegar más tarde a su lugar de
partida;
- De lo mismo expusimos cómo en los
pasillos de nuestra Facultad, de Arquitectura, vale la pena recordarlo de
nuevo, las escaleras son lugares de descanso permanente de estudiantes
(futuros arquitectos, par le fait),
que impiden así el paso;
- Accesoriamente, pero en el mismo sentido,
los buses interlocales expresos, más pequeños y más caros, suelen ser,
contradictoriamente, más lentos que los grandes, ordinarios (caso de
Masaya-Managua: una hora en bus ordinario, hora y media en expreso);
- Los taxistas suelen llenar los asientos
traseros de sus carros con tres en vez de dos pasajeros, lo curioso siendo
la aceptación silenciosa de los usuarios de este medio de transporte
selectivo, por oposición al, de antemano se sabe menos cómodo colectivo;
- Lo que nos reintroduce a la
interpretación del uso (y por ende la comprensión del espacio) en la
modificación de los asientos y la introducción de suplementarios en los
buses, que revela una comprensión más que funcional mercantil,
utilitarista (paradoxal ideológicamente si nos remitimos al hecho de que
los buseros son a menudo de cooperativas sandinistas) del hacinamiento
humano, reduciendo los clientes a animales transportados, cuerpos que
deben juntarse lo más posible para evitar todo espacio vacío
desaprochevado, lo que, idénticamente que en el caso precedente, asumen
sin rechinar los usuarios, en particular los que se suben aún viendo que
el bus no da para más, en esta curiosa necesidad de ser maltratado, molestando
a la vez a los demás, siendo simultáneamente víctima y victimario;
- Este mismo concepto espacial, reducido al
espacio del cuerpo, sin espacio vital o de libertad de movimiento entre
cada uno, es promovido por la feliz coincidencia entre el tamaño de los buses asiáticos, en
particular de los microbuses, y la altura promedia del nicaragüense
tradicional (los jóvenes pudiendo ser más altos, cabe mencionar este
detalle que podría cambiar la relación entre los usuarios y su relación al
espacio colectivo en los próximos años), lo que les permite tenerse de pie
sin agacharse; a consecuencia de que (asumimos que haya una relación de
extensión causal entre los dos hechos, sino cronológica, al menos lógica)
la medición utilizada por los buseros para definir el espacio mínimo
necesario para las piernas de los pasajeros sentados (es decir, entre cada
fila de asientos) es la misma, que corresponde a la de su propios cuerpos,
sentados con las rodillas encogidas pegando contra el asiento de adelante;
- Saliéndonos de los transportes y de los
estudiantes, en la ciudad, en general, la ausencia de aceras impiden el
paso peatonal;
- Las mismas urbanizaciones, queremos decir
para clase media y para clase acomodada, tienen aceras intermitentes,
según que el dueño, entendemos, la de a construir delante de su parcela o
no, pero las constructoras se ahorran decididamente el precio y el espacio
de cualquier trozo de acera;
- En las insipidas aceras existentes
(destruidas, quebradas, cortadas por hoyos de alcantarillas, interceptadas
por troncos de árboles crecidos, postes y cualquier otra cosa), se
instalan, con el beneplácito de las alcaldías, caramancheles que toman
todo lo ancho de las pocas aceras existentes, y a menudo de las sólo
ideadas, para vender comida, o cualquier producto, al igual que lo hacen
los vendedores ambulantes, en particular de coco, en los semáforos,
apropiándose como bodega y espacio de trabajo para sus frutas los espacios
pseudo-verdes, de división de calles o de ubicación de postes públicos;
- Hemos notado en otros trabajos, pero vale
la pena recordarlo que, asimismo, o similarmente, ningún espacio público,
como en particular los centros comerciales, que crecen en cada esquina, se
preocupan, en un país donde la gran mayoría de la población anda a pie, de
la entrada peatonal; no toman en cuanto sino las variadas entradas
vehiculares;
- Acesoriamente, también notamos en otro
trabajo al que dedicamos el tema, que las manifestaciones públicas o
pseudo-públicas, de partidos políticos, de funerales, de fiestas
patronales, se toman las calles sin ton ni son, si limitación ni medidas
restrictivas algunas de parte de las autoridades, al igual que, por falta
de revisión policial, los borrachos (caso muy concreto de las salidas de
las ventas de las gasolineras o de las calles centrales de la ciudad de
Masaya y de los parques centrales o estaciones de bombero de noche en la
de Jinotepe) también se aplican a instalarse en cualquier esquina, como
los perros callejeros que en pandillas le pueden fácilmente impedir el
paso al transeúnte, lo que, de hecho, hacen los borrachos (y también los
niños y adultos mendigando, o, caso de nuevo de Masaya, o de San Rafael
del Norte, de los locos residentes en las calles pero no hay manicomio en
el país para acogerlos, y que se ven entonces reducidos al estado,
igualmente, de mendigar) al interceptar a cualquiera, sea para pedir
dinero o para pelear, según su humor;
- Los alrededores de los parques centrales
se ven carcomidos por mercados que se extienden, y caramancheles de
artesanía (casos de Jinotepe o Granada);
- Los mercados (Managua, Jinotepe, Granada,
Masaya, etc.) se extienden, con sólo unos palos para sostener bolsas de
plástico negro, fuera de sus espacios atribuidos sin que nadie diga nada,
y con tal hacinamiento que cuando ocurren incendios los bomberos no tienen
ningún acceso (caso repetitivo del mercado Oriental en Managua);
- Los cascos urbanos tradicionales
(Managua, Jinotepe, Masaya), organizados, se ven amplificados por
urbanizaciones (llamados "villas")
que son calles que parten al infinito para extender horizontalmente la
creación de casas unifamiliares; lo que provoca los tremendos casos de
conurbación (Managua-Masaya en particular);
- El tamaño de las casas nuevas (tanto para
el pobre como para la clase media y media alta), que va de 30 a 60 metros
cuadrados, tamaños que en otros países son sólo para una o dos personas,
son bloques compactos sin separación con las otras propiedades de la
urbanición, salvo un pequeño espacio verde adelante de la construcción;
- En nuestra Facultad, la sala de profesores
no consta de cubículos cerrados, sino de módulos en los que el docente
mira hacia la pared, permitiendo la organización a los estudiantes
circular entre los módulos pegados a las paredes y los de un rectángulo
central, y obligando asimismo a los docentes a recibir las visitas
básicamente de espaldas, cada quien pudiendo ser vigilado (lo que no es el
caso, pero el formato no deja de ser benthamiano), lo que escribe en la
computadora en particular, pero no pudiendo comódamente interactuar, todo
el espacio, como en los call-centers, siendo de falsa funcionalidad,
promoviendo el atoramiento visual (para el espectador), corporal (para el
docente), y de flujo (para el visitante, que ni puede sentarse si
obstaculizar el paso); va de sobra decir que esta organización de
colectivismo laboral y bulla generalizada no favorece la intimidad
necesaria a la producción escrita.
Esta
enumeración muestra cómo, en todos los ámbitos, sociales, de transporte,
ideológicos (caso de la escalera como lugar de encuentro), arquitectónicos de
los espacios (programático entonces de la organización laboral, caso de nuestra
sala de profesores), y urbanos, el flujo es menospreciado, arrebatado al
ciudadano.
Nos
parece que dos razones presiden a aquella construcción mental:
- La transición de la guerra de los años
1980, y de los procesos de racionamiento no sólo de comida y productos
básicos, sino de lujo, a nivel tanto práctico (no hay para tener carro,
hay que ingeniárselas para moverse) como ideológico (la comodidad es de
rico, el ser rico es ser egoísta, es un lujo, todo lujo es sospechoso);
- La historia morfológica de la casa
colonial, que se construía desde la fachada hacia atrás (las partes del
fondo de último), por ende alrededor de un patio central, lo que
predetermina, obligatoriamente, una concepción de circulación periférica,
a la orilla de lo construido.
Claro,
las pérdidas de libertades de movimiento provienen de la surpoblación mundial,
hasta en los lugares de ensueño y diversión, como podemos ver al considerar los
hoteles de vacaciones a la orilla del mar, en el Caribe o en los lugares de
Asia y Polinesia, pero también en primera instancia en los originales de
inicios del siglo (Cannes, Nice) y de finales del siglo XX (España, Italia),
donde se acumulan mesas y transatlánticos en cada rincón para favorecer mayor
número de clientes a la vez.
De
lo mismo, la acentuación de los espacios corporales nos hacen volvernos como el
ganado, en los buses nicaragüenses como en la sociedad y la ciudad en general
(lo que ya presintió Jane Austen en Northanger
Abbay, 1817), como revela el asedio de lo patrimonial por lo recientemente
construido (en París, alrededor también de la catedral de Saint-Denis rodeada
por edificios de inicios del siglo XX, o en Roma).
No
deja de ser que en nuestro país, el caso se vuelve paradigmático y sistemático,
donde, lo que es un craso error, no tomamos en consideración el ejemplo de los
hoteles internacionales de la capital (no de sus pisos, donde se reproducen la
estrechez de pasillos y de cuartos donde sólo es posible pasar como cangrejo,
para favorecer la funcionalidad financiera, más no corporal ni de disfrute
sensorial, de la desmultiplicación de cuartos), en sus entradas de anchura
extrema, hasta lo inutil, para permitir un flujo abierto, y una impresión de
lujo, que justifica el precio de la noche.
Así
que, por muy vilipendiado que hayan sido por esta razón de lujo, recordaremos,
en el mismo sentido de repensamiento del espacio desde la anchura, desde la
existencia de rincones (que implican espacios abiertos, como lo vemos muy bien
en el sexto capítulo, precisamente dedicado a "Los rincones", de La
poética del espacio de 1957 de Gaston Bachelard, así como en el octavo
"La inmensidad interna" y
el noveno "La dialéctica de lo
dentro y de lo fuera"), los clubs de caballeros (que no son los clubs
sociales, como en Boaco, simple galerón de sala de baile, similar sin duda al
atoramiento evocado por Austen en la novela citada). Clubs de caballeros
decimonónicos que todavía existen en los Estados Unidos, y aparecen en ciertas
películas (como Trading Places de
1983 de John Landis), y funcionan sobre el principio que decimos de espacios
amplios, que permiten el flujo a la vez que la permanencia (como, precisamente,
en las entradas de los hoteles internacionales, cuyo ejemplo literario es sin
duda Death on the Nile de 1937
de Agatha Christie).